La revolución tecnológica ha producido
abismales cambios en la forma de vida, las ciencias, salud, economía, en las
interrelaciones personales. En casi todos los sectores, salvada cuenta de las
brechas digitales en diversos sectores o zonas del planeta. Pero si analizamos
el impacto en la educación el efecto se diluye. La pregunta sería ¿por qué?
El caso es que nuestros estudiantes, sus familias y
las exigencias del entorno los han sumergido en la era digital. Al realizar
cualquier actividad en el sistema financiero, de la administración
pública y en la vida personal, dependemos de los procesos tecnológicos. La
educación no escapa de ello, y no debe.
Si partimos del hecho que la escuela forma al
ciudadano apto para adaptarse a la sociedad existente, no le queda de otra,
debe actualizarse, y hoy eso implica, digitalizarse.
Desarrollar las competencias digitales en los
estudiantes para insertarse en el campo laboral, pasa por formar adecuadamente
a los docentes, equipar los centros educativos de manera acorde a ésta era y
flexibilizar el currículum al siglo XXI, con políticas educativas acordes. Si
no acurre todo esto, en forma coordinada, no hay revolución digital que saque
de las sombras a ningún sistema educativo.
La escuela digital implica que se ponen en práctica
nuevas estrategias y recursos, para lograr productos diferentes. Para ello la
actuación debe ser en conjunto, docentes, escuela como equipo de trabajo con
metas comunes, los estudiantes, sus familias y la comunidad. Para producir una
revolución educativa, todos deben trabajar mancomunadamente. Esfuerzos aislados
no generan verdaderos cambios.
En lo micro, hay que buscar el fondo en la
práctica docente. En la Metodología que sigue usando. Es decir recursos
innovadores y gran potencial desperdiciados por viejas prácticas didácticas.
Tanto en la escuela, educación primaria, secundaria (bachillerato) y aunque
parezca inaudito en la universidad, que debiera ser la cuna de la genialidad.
Existe una realidad con dos facetas que no
podemos juzgar a priori. Por una parte, los centros educativos sin dotación,
conectividad y otras carencias. Estas pueden limitar las incursiones
tecnológicas, pero más aún debiera ser un espacio para docentes geniales y
creativos, dispuestos a poner a sus
estudiantes en el camino de la superación.
Otro caso, es que habiendo las
potencialidades tecnológicas hay, a veces, carencia de docentes, tutores,
formadores, profesores con las adecuadas competencias digitales para poder
impulsar el uso de las tecnologías, guiar el proceso de infoalfabetización en
sus estudiantes, para que las apliquen en función de aprendizajes significativos,
resolver problemas, para “hacer cosas” con ellas.
Para culminar, debemos tener presente, el uso
de la tecnología en los procesos formativos, es útil y necesaria solo en la
medida que mejore la calidad del aprendizaje. Por tanto la mejor metodología,
estrategia o recurso es la que permite que el estudiante aprenda. Y cada ser es
único, entiende de manera diferente, cada temática, contenido requiere procesos
distintos, por ello el profesor sabio, utiliza múltiples recursos multimedia para asegurarse de
impactar todos los sentidos.
En resumen, la revolución que esperamos en la
educación está en los docentes como globalidad y la escuela como institución,
gerencia y políticas públicas. Al fin y al cabo seres humanos con fines
comunes.
Todas la imágenes creación propia